Hoy toca hablar de mí, la estatua que ves al entrar en el lugar que lleva mi nombre, el de la musa y protectora del amor, Agripina la Mayor. Fui una destacada figura en la historia romana. Dama del siglo I d.C, miembro de la dinastía Julio-Claudia, nieta del emperador Augusto y esposa de Germánico. Ejercí una gran influencia política durante mi tiempo y está feo que yo lo diga… pero fui una figura poderosa en la corte imperial.
Dicen que todos tenemos una función así que te voy a contar la mía aquí, en Punta Umbría. Siempre me ha honrado salvaguardar el lugar que lleva mi nombre porque me permite cuidar de todas las personas que confían en mí. Encargarme de que todo vaya genial en su día especial es mi máxima.
Podría optar por contarte alguna de tantas historias vividas aquí a lo largo de los años. Recuerdo con especial cariño una boda en otoño, una boda tan diferente a lo que te esperas, pero sin duda la más especial en la que he estado. Solo había una norma, ¡dejarse llevar por la experiencia!
Ambientamos ambos espacios como si fuese una playa, los unimos, tanto el mirador de la ría como los jardines, la boda era religiosa, y se ofició en el mismo lugar, toda esta fantasía que voy a contarte ocurrió en el mismo lugar.
Lo tradicional es que cuando entra la novia, el novio la espera en el altar con los invitados sentados en bancos. Pues nada tuvo que ver con lo que vivimos aquel día. Los novios entraron de la mano con Turning page – Sleeping At Last, la misma con la que entró Bella en su boda con Edward en la saga Crepúsculo, mientras los invitados los esperaban divididos sin ningún orden en mesas de cóctel, algunos de pie, algunos otros sentados en sillas altas como si estuviesen en su bar de confianza, en ese sitio en el que tantas risas han compartido. La ceremonia terminó con la firma del acta de matrimonio al son de Era – Estopa, la canción que siempre los había acompañado en su relación.
La boda como hemos dicho anteriormente estaba ambientada en la playa, con detalles desde el porta alianzas siendo una concha llena de arena, los pajes vestidos de marineros, aun siendo una boda religiosa quisieron hacer el ritual de la arena, se celebra tras el intercambio de alianzas de boda y la lectura de los votos nupciales. La novia y el novio aportan un recipiente de arena, que puede ser de colores o no. Mientras el oficiante de la boda lee un texto, cada uno coge su recipiente y lo van vertiendo en uno más grande, donde la arena se va uniendo como símbolo de la unión de los futuros esposos.
El banquete consistía en foodtrucks divididos en el origen de la comida, había desde pizzas, platos de pasta, calçots, pan con tomate, pescado frito, hotdogs, arroz, hasta canapés elaboradísimos… todo en formato mini, para que pudiesen probar de todo. Cada invitado iba al que más le apetecía y las veces que quisiera, apoyado en la misma mesa en la que había presenciado la ceremonia. También había drinkstruck de cerveza, zumo y cocktail.
La novia iba espectacular, con un vestido blanco roto, el más sencillo que puedas imaginarte, acompañado de un ramo de girasoles.
La banda sonora de esta boda fue sin duda música española, la música que llevaban escuchando toda su vida: Estopa, Melendi, Pignoise, El Canto del Loco, Macaco, La Oreja de Van Gogh y un pequeño homenaje a sus padres con Serrat, Hombres G, Sabina, Peret, etc.
Obviamente contaba con barra libre, porque ¿qué sería de una boda sin esta? Se alojaba en la parte de los jardines y del salón, aunque unida y con la misma ambientación que el mirador de la ría, más adaptada para la hora en la que ocurría la fiesta.
A altas horas de la madrugada, empezaban a sonar las tripas, hacía falta alimentarse un poco y llegó una Van de Five Guys que te hacían las famosas hamburguesas al momento, los invitados enloquecieron.
Nunca supe cómo terminó la boda, me quedé dormida y cuando me desperté no había nadie y estaba todo como antes, como si de un sueño se tratase.